El próximo 25 de mayo volvemos a revivir el nacimiento de la Patria. La libertad que vio la luz en ese Cabildo de 1810, fue la cimiente más preciada para la construcción de nuestra Nación.
Ese
25 de mayo que llevamos grabado a fuego en el alma y que año a año, recordamos
con profunda emoción al entonar nuestro himno nacional y lucir orgullosos la
escarapela que identifica nuestra argentinidad y esa histórica lucha por la
libertad.
Todos evocamos las palabras de un hombre de
ese tiempo, como fue Mariano Moreno: “Prefiero una
libertad peligrosa a una servidumbre tranquila” y vibramos con
la certeza de saber que no estamos dispuestos a ceder nuestra libertad.
Y
es muy bueno que sintamos ese lazo indestructible con la historia, con los
acontecimientos que dieron a luz a esta Patria, porque todos ellos son una
cadena de hechos que fueron signando nuestro destino y que por lo mismo, deben
constituir el camino de un aprendizaje al mirar hacia atrás.
Mirar
esa historia, leerla con respeto y con capacidad de contextualizar los hechos
en su momento, nos permite reconocer la génesis de una identidad que se va
construyendo y en donde todo encuentra su significación profunda.
Hace
ya unos años que en la Argentina se intenta banalizar los acontecimientos
pasados, para recluirlos a un rol secundario, desplazando la memoria para
situar en su lugar, a los mensajes de un gobierno autorreferencial que en su
discurso solo tiene espacio para sí mismo y para su relato, su propio relato de
una historia que pareciera haber iniciado en 2003.
En
este relato no hay tampoco espacio para la libertad, porque la voracidad de
poder no es compatible con el respeto por las libertades. El poder cuando no se
transforma en servicio, esconde la inseguridad del motivo que impulsa a los
ciudadanos a obedecer. Porque claramente, hay muchos que obedecen
incondicionalmente movidos por el temor, y ese proceso viciado, se
retroalimenta permanentemente: cada vez más temor para lograr cada vez más
obediencia.
No
permitamos que nos roben la historia. No dejemos que reemplacen nuestras
fiestas patrias y que sobre ellas sobreescriban la historia dibujando con un
discurso épico y con indisimulada soberbia, figuras que pretenden ser héroes
contemporáneos.
Nos
daremos cuenta de la autenticidad de la celebración de mayo, cuando la
Argentina esté vestida solamente de los colores celeste y blanco, cuando veamos
que existe la grandeza de guardar otras banderas, de acallar los autoelogios, y
fundamentalmente, cuando todos nos sintamos convocados y abrazados en una
celebración que venera y respeta el 25 de mayo de 1810 por lo que él significó
para nuestra historia.
Porque
evocar a los hombres de mayo de 1810, nos hará también dimensionar
verdaderamente su legado de lucha por la libertad y si queremos ser fieles a
ese desafío, si queremos ser leales con nuestra Patria, sabremos que no podemos
convalidar ningún camino que no nos conduzca a la libertad.
El 25 de mayo de 1810, celebramos nada menos que el
nacimiento de la Patria, y nada más que el nacimiento de la Patria.
¡VIVA LA PATRIA!